Trujillo y el racismo antihaitiano
Trujillo se miraba con el ojo del amo, se rechazaba a sí mismo en cuanto mulato de origen haitiano y se sentía o se fingía blanco a base de crema Perlina e imponía la hispanidad como único legado cultural de la nación dominicana, que es una comunidad mulata, descendiente en mayor parte del cruce de españoles con esclavos africanos en el más glorioso mestizaje del Caribe y quizás de América Latina.
Mismo que nos ha permitido vivir en armonía con instancias racistas pero no segregacionistas. Trujillo, desde luego, era un mandarín y un tirano, y sobre todo un siervo del imperio, con amplio margen de autonomía para cometer crímenes de lesa humanidad contra el pueblo haitiano y el pueblo dominicano.
El racista antihaitiano en particular asume todos los prejuicios trujillistas y descarga toda su rabia, su odio, todo su desprecio contra un pueblo que ha sufrido todas las plagas de la historia y no es responsable de sus desgracias. El antihaitianismo ciego ni siquiera es capaz de identificar a los verdaderos culpables, confunde a las víctimas con los victimarios. Los primeros culpables de la tragedia haitiana son el colonialismo y los colonialistas franceses y norteamericanos, de los que nadie parece acordarse. El principal culpable de que haya en el país dominicohaitianos indocumentados de segunda y tercera generaciones es el tirano Trujillo. Los únicos culpables de la proliferación y el tráfico de haitianos ilegales son las fuerzas armadas, la guardia fronteriza, los terratenientes, los productores de azúcar, café, arroz y cacao, los industriales de la construcción y sobre todo el estado dominicano que auspicia un proceso de desnacionalización en todos los frentes y es uno de los mayores, sino el mayor empleador de haitianos ilegales. Los llamados prohaitianos, que yo sepa -los que denuncian los abusos que se cometen contra los haitianos-, no tienen arte ni parte en ese comercio vil.
Estoy convencido, y ya lo he dicho, de que la mezcla masiva de haitianos y dominicanos degenerará tarde o temprano en un conflicto regional si no se regula el tráfico de ilegales, aunque para eso sería necesario primero regular al estado dominicano que propicia la ilegalidad. Lo que no parecen entender los nazionalistas, los que atizan la hoguera ciega del odio, es que la exacerbación del tema y una posible reacción violenta de los dominicanos contra los nacionales haitianos traerían como consecuencia la ocupación del país por fuerzas multinacionales y a lo peor una nueva compartimentación a base de enclaves y segregación territorial.
En cuanto a los indocumentados dominicohaitianos de segunda y tercera y quizás cuarta generaciones, si los dejamos en el limbo en su condición de bestias de carga (y no sólo a ellos sino a la gran masa de dominicanos que comparten su condición miserable), seguirán siendo aptos únicamente para cortar caña amarga, desyerbar potreros y cavar zanjas.
Si se regularizara la situación de dominicohaitianos y dominicanos en general y se les permitiera acceso a la educación, si se implantaran programas de desarrollo industrial y humano quizás podríamos vislumbrar la modernización de la agricultura y el país, utilizando recursos disponibles que desperdiciamos a granel, creando por ejemplo en todas las extensiones de UASD escuelas laborales para impartir carreras cortas y formar en pocos años técnicos agroindustriales, amén de enfermeras y paramédicos bien entrenados que serían más útiles que todos los abogados y malos médicos que egresan de nuestras universidades.
Para llevar a cabo una tarea tan simple se necesitaría un partido, una clase política con un proyecto nacional. Los partidos del sistema, por desgracia, incluyendo al “Partido de la Liberación Dominicana” en el poder, sólo tienen como proyecto la lucha contra la pobreza en la cual han tenido un éxito innegable. Todos los dirigentes políticos de los partidos que han ocupado el poder en los últimos decenios han dejado de ser pobres, saqueando lo que queda del país y haciéndonos pagar sus fechorías por vía del FMI. Inútil e injusto sería intentar distraerlos de tan noble empeño.
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